Por Diego Colinamún
“El sol no había nacido todavía. Hubiera sido imposible distinguir el mar del cielo, excepto por los milpliegues ligeros de las ondas que le hacÌan semejarse a una tela arrugada. Poco a poco, a medida que una palidez se extendía por el cielo, una franja sombría separó en el horizonte al cielo del mar, y la inmensa tela gris se rayó con grandes líneas que se movÌan debajo de su superficie, siguiéndose una a otra persiguiéndose en un ritmo sin fin.
Al aproximarse a la orilla, cada una de ellas adquiría forma, se hinchaba y se rompÌa arrojando sobre la arena un delgado velo de blanca espuma”.
Virginia Wolff
– Bueno, si esto no progresa va a haber que irse- , dice uno y el resto de los pibes se mira con ansiedad. Viven en pueblo de no más de 3500 habitantes en donde se puede reproducir perpetuamente la cadena de comercio familiar o zarpar, o animarse a hacer otra cosa. El pueblo tiene un golfo y sus veranos, su arena, lo descontracturado de sus habitantes, y una costa extensísima hacen pensar de otra manera la soledad del tiempo en el Territorio Nacional del Chubut.
El primer verano fue el de 1954. Antonio Torrejón y sus amigos — los que no quieren irse, los que quieren algo más que manejar el negocio de papá — arman el Primer Festival del Mar y conjugan actividades naúticas y pesca de altura con el cotidiano de un verano en Puerto Madryn. El éxito los anima a ir por más y en 1955 incorporan una novedad, piensan al mar como el potrero donde hacer dos competencias deportivas recién llegada al país: El buceo y la caza submarina. Las fotos se suceden, hay un golfo en la patagonia donde es posible viajar al mar, y adentrarse, ver más allá. Estar dentro del mar.

La nueva generación lee algo en estas costas además del flujo de las mareas o los ciclos de las lunas. Torrejón se mueve con la velocidad de quienes entendieron que en el cambio de década también se aceleraba el siglo. Antes de cumplir los treinta crea la comisión de Turismo municipal y la organización de los campeonatos argentinos de caza subacuática. Y es nombrado director del organismo turístico de la flamante provincia del Chubut el año en que cumplió sus 29 años.

No está solo, no podría. Hay apellidos que décadas y décadas después suenan tan familiares y etéreos como el viento. Erchiaga, Stroppiana, Mendizábal, Violi, Varela, Bala, Buchinger. Los apellidos suenan lejanos o remontan a fotos viejas del tiempo en que la imagen se imprimía en un negativo para luego ser revelada en papel.
A Torrejón y sus amigos no se los llama buzos, en el pueblo son llamados “hombres rana”. Otros, más épicos, los llaman “Los acuanautas”.
Los acuanautas nativos y llegados a Puerto Madryn desfilan ahora frente al Monumento a la mujer galesa, véalos caminar a fines de enero del 57, cada uno lleva el nombre de su institución y hasta la banda de la policía vino a tocar y todos los vecinos y las vecinas salieron a la calle. “Las aventuras llaman la atención, convoca gente que desea ser protagonista de una vivencia parecida y así se va encadenando el tema”, dice Torrejón en un libro fundamental para entender todo esto llamado “Torrejón, una biografía autorizada de la Comunicación Turística Argentina”.
En 1958, la Mesa Directiva de la Asociación Cultural Natura de Argentina trae la noticia a la ciudad, Madryn y la Península han sido catalogadas por la Dirección Nacional de Fauna como el lugar de mayor concentración de fauna en mamíferos marinos del Atlántico Sudamericano.
“Entonces nos dicen que en el mundo estaba interesando el tema de la fauna marina; Bueno dijimos, por acá está la variable nuestra. Desde que comenzamos a mostrar la fauna todos nos ponían el compromiso de cuidar y estudiar la fauna. Ahí fue que la Fundación Rockefeler nos financió el primer estudio de ballenas”, recuerda Torrejón mientras mueve las manos. El brillo de sus ojos es notable, atraviesa el video.

“Imaginate todas las aguas que rodean Península de Valdés con micrófonos, se grabaron por años la comunicaciones de las ballenas, por años…Se las escuchó cantar en coro, comunicarse a 180 kilómetros… comenzó a trascender en el mundo”, dice Torrejón.
¿Cómo es escuchar por primera vez el canto de las ballenas?¿Cómo es?¿Cómo es sumergirse debajo de las aguas para encontrar eso que complementa la vida sobre la tierra? Antonio Torrejón lo supo cuando la ruta tres terminaba su asfalto cerca de Pedro Luro.
Siempre habrá algo de este mar en quienes se hayan animado a abrir los ojos abajo del agua. Adiós Antonio Torrejón.
Retrato de Antonio Torrejón por Alexis Garay de la serie «Historias que me contaron» 2010.»Desde su máquina de escribir Torrejón estaba escribiendo este presente, quise retratar eso» AG